jueves, 28 de febrero de 2019

Articulo Nexos



Justicia transicional vs cuarta transformación

FEBRERO 28, 2019
Jorge Peniche Baqueiro

Aún recuerdo la respuesta del Ex Relator de Naciones Unidas sobre Justicia Transicional, Pablo de Greiff, al relatar la anécdota en la que, tras la presentación de un reporte, un alto oficial de gobierno le preguntase cuál era la razón de su obsesión con el pasado.

Su explicación fue simple, pero resulta imprescindible. De Greiff esgrimió que no estaba obsesionado con el pasado, más bien, con construir un mejor presente y futuro; uno que sólo podía emerger de asumir el compromiso de lidiar con una historia de atrocidades. Enfatizó que cuando un país no enfrentaba a sus fantasmas, ellos —tarde o temprano— regresarían.

Justicia transicional se ha convertido en el término de arte en las discusiones para hacer frente al contexto de violencia e impunidad que vive México. Empero, a pesar de la llamada apuesta por el Estado de derecho, las medidas que han seguido a la toma de posesión presidencial han tomado por sorpresa a muchos.1 Cómo calificamos, entonces, en este entramado de ideas encontradas, entre Guardia Nacional, el Plan Nacional de Búsqueda y, sobre todo, el llamado a un “punto final” al pasado de corrupción e impunidad, si las propuestas planteadas hacen sentido desde una política de justicia transicional cuando son vistas en su conjunto. En este texto propongo una aproximación.



Ilustración: Víctor Solís
¿Transición sin justicia?

El presidente de la República promete transición,indudablemente. La pregunta es a qué tipo de transición le apuesta. Cuál es el punto “b” al que promete llevarnos desde el punto “a” –lo que en teoría debería traducirse en transitar a un mejor estado de cosas.

AMLO ha dejado ver en sus declaraciones su postura moral frente a la transición. Su visión puede plasmarse en la siguiente fórmula: Existe una (a) horrible historia; un pasado de atrocidades. Enfrentarla exigiría ir contra los de (b) “arriba”; los máximos responsables. Ello, generaría –a su juicio- costos asociados; riesgos de (c) fractura, conflicto y confrontación, por lo que los recursos limitados deben concentrarse en la (d) regeneración; mirar hacia adelante.

Ante la supuesta tensión entre castigar el pasado y prevenir la violencia del futuro, perdonar los hechos del pasado, olvido y empezar de nuevo, es la vía elegida –bajo la lectura intuitiva y sin respaldo empírico expuesto- para transitar a un mejor estado de cosas.
De tribulaciones y tentaciones

Es importante notar que el dilema central que enfrenta AMLO no es singular; es precisamente el paradigma bajo el cual se desenvuelven los modelos de justicia transicional.

Paige Arthur en su artículo seminal sobre una reconstrucción histórica del concepto justicia constitucional, señala que la disciplina surgió más que como una innovación conceptual, como una forma de describir y analizar las políticas que había (y estaba) adoptando diversos países para lidiar con los crímenes de sus predecesores.

La generación de una base dura de conocimiento derivada de patrones observados en distintas experiencias, proponiendo aproximaciones para “balancear” los imperativos morales en tensión en estos contextos, dio lugar al salto cuántico en el campo de derechos humanos que hoy llamamos justicia transicional.

El concepto ha sido exportado y ha evolucionado acorde a las nuevas realidades de violencia del siglo XXI. Al grado de que hoy en día, ante la multiplicidad de escenarios posibles —y eso es relevante para el caso mexicano—, se habla de que el “momento transicional” se distingue, independientemente del contexto, por tener en común (i) crear oportunidades para hacer frente a la violencia crítica del pasado (o aún vigente) pero en el que a la vez existen (ii) grandes riesgos y obstáculos asociados para materializar estas iniciativas de justicia.

La salida fácil —e incluso creo intuitiva— para el nuevo régimen ante este escenario que se vislumbra adverso sería llamar a dejar el pasado atrás e invitar mirar hacia delante. Aclaro que no apelaré aquí al argumento de autoridad, que recurre a las obligaciones internacionales del Estado mexicano que se estarían pasando por alto (y que no estaría de más tener presentes), sino que me enfocaré en lo problemático de esta postura desde una posición de teoría legal y de moralidad política.
¿Teoría de justicia transicional?

Es característico encontrar en todos los momentos transicionales argumentos similares a los que esgrime ahora el presidente de la República: los sacrificios que deben hacerse en aras de la transición justifican decisiones extraordinarias.

Sin embargo, esta postura claudica en tomarse en serio a las víctimas y la construcción de un auténtico Estado de derecho en el país en este punto de inflexión.

Frente a la caracterización de la justicia transicional como una justicia especial e instrumental –en donde el punto final y el olvido resultarían admisibles en favor de la transición- el propio de Greiff cuestiona a qué tipo de justicia estamos dispuestos a comprometernos en estos momentos coyunturales.

Su teoría de la justicia transicional expone que la justicia en tiempos de transición no claudica, no puede hacerlo, en los principios de la justicia ordinaria, aunque ellos se proyectan de forma diferenciada en un contexto que él denomina el de un mundo muy imperfecto.

¿Qué tienen en común los sistemas del mundo muy imperfecto? Se trataría de escenarios que han cruzado un umbral en el que las violaciones al componente esencial de ciertas garantías que ofrece un sistema jurídico (vida, libertad, integridad física, etc.) se vuelven la regla —más que la excepción— y existen grandes riesgos en el sistema que pretende enfrentar las infracciones. Para recomponer este estado crítico de cosas, la justicia transicional buscaría hacer frente a cuatro déficits que presenta la situación transicional a través de cuatro principios: proveer reconocimiento a las víctimas, generar confianza cívica en las instituciones, la reconciliación y Estado de derecho.

Por eso, aunque no es el objeto directo de este breve ensayo, se considera que solo un modelo transicional podría capturar en toda su extensión la tragedia de violencia vivida en México; solo una política de esta profundidad podría catalizar una respuesta que venza estos déficits críticos –por ser precisamente su objeto de trabajo.

Verdad, justicia, reparación y no repetición se erigen así no en medidas aleatorias que pueden benevolentemente ser intercambiadas u obsequiadas a las víctimas de atrocidades, sino en verdaderos vehículos que, operando de forma interrelacionada, catalizan tales cambios estructurales mediante la apuesta por tales principios. De ahí que una oferta al llamado “punto final” o simplemente “mirar hacia delante” sea incompatible con el compromiso de reconocimiento, apuesta por la confianza en las instituciones y reconciliación que debe existir para con las víctimas de los años de violencia en el país; que un “perdón” inducido resulte inaceptable; que el engrosamiento al catálogo de delitos de prisión preventiva oficiosa hable de un país que no se toma en serio el compromiso de construir Estado de derecho, sino que pretende cambiar las reglas del juego para encubrir su incapacidad, y que apelar a la militarización constituya una renuncia perversa a construir capacidades y poner límites a la arbitrariedad.

Estudios recientes demuestran empíricamente este punto. Existe una correlación entre la perpetuación de la impunidad y la falta de castigo a los perpetradores en los momentos transicionales y la construcción de Estado de derecho y desempeño de los indicadores de violencia a la larga.

Nadie pretende negar que hay dilemas y complejísimas dificultades en la transición, AMLO los enfrenta ahora. No puede evitar pensarse, al mismo tiempo, en las tribulaciones que enfrentaron los líderes de otros países en momentos de exigencia similares y el camino que eligieron.

Pensar en Mandela, quien, recibiendo una Sudáfrica devastada tras años de conflicto, apeló a la verdad y la reconciliación; en el propio Alfonsín, pugnando medularmente por los juicios de las juntas y la CONADEP, y después en la Corte Constitucional de Argentina invalidando el desatino garrafal de las Leyes de Obediencia Debida, algo impensable sin el rol protagónico que jugaron las Madres de la Plaza de Mayo, e incluso Santos optando por la paz duradera en Colombia.


Jorge Peniche Baqueiro. Maestro en Derecho (LLM) por la Universidad de Nueva York (NYU) en Estudios Legales Internacionales y Teoría Legal con enfoque en Justicia Transicional. Abogado y activista.

Palabras, definición y contexto


Reseña del libro y cita estilo APA

El libro recrea la vida de un caudillo terrateniente miserable, en un pueblo miserable, con unas gentes miserables. Y aunque es México, es perfectamente aplicable a España o a Afganistán. La miseria, el analfabetismo, la superstición y la religión (sea cual sea la creencia) solo generan este fruto, da igual el país, el clima y la lengua, (y probablemente el planeta entero), en que se siembren.

Y lo peor de todo es que Pedro Páramo, el caudillo, el jefe de la tribu, solo es marginalmente peor que cualquiera de sus súbditos, lacayos y esclavos. Tan solo una pizca de suerte (aunque sea mala) y de arrojo le diferencia del resto y le ha garantizado su estatus.

Y lo mejor de todo es que el adjetivo miserable no es en ningún momento despectivo. Dudo mucho que cualquiera sea mucho más noble que los personajes de la novela. Simplemente ocurre que la miseria y la superstición son generadores de basura sin más. Y como se pone de manifiesto, todos estos ruines personajes no por ello dejan de ser humanos con sus sentimientos y sus sueños.

Además el libro consigue transmitir perfectamente los olores, sabores, sentimientos y supersticiones de esa irreal Comala a su vez tan real.

La novela, (casi un cuento largo), se articula en base a dos historias superpuestas (esto es evidente en la tercera hoja), la de Juan Preciado, hijo bastardo de Pedro Páramo y la de Pedro Páramo propiamente dicha. Y a través de ellas se describe Comala. Los problemas que existen son:
+ Fundamentalmente en la historia de Juan se hace empleo de un recurso del realismo mágico que siendo plásticamente perfecto y ajustado a la historia, la enredan bastante.
+Fundamentalmente en la historia de Pedro, se utiliza una estructura no lineal con saltos temporales continuos.

Total que al final es prácticamente imposible seguir de forma natural la historia. El libro casi te obliga a leer con un cuaderno de notas al lado, o saltando de adelante a atrás para recordar quien era tal y cual y que había hecho o dejado de hacer. (O a leerte el libro dos veces seguidas). De verdad, en algunos momentos da la sensación de que más que un libro es un pasatiempo dominical de lógica.







Juan Rulfo . (1955). Pedro Páramo . México : Fondo de Cultura Económica .

Crucigrama


Nexos - Articulo



Así escribo

1 NOVIEMBRE, 2009
Federico Campbell 
Federico Campbell

Zurcido invisible

Más que los instrumentos de la escritura —lápiz o pluma fuente, máquina de escribir o computadora— lo que importa en el acto de escribir es la predisposición de ánimo. Entonces tal vez el problema más serio sea la dificultad para mantener la atención en una sola cosa: en la pantalla, por ejemplo, y de manera continua, o en la página.



Para llegar a este estado mínimo de concentración es necesario cumplir con ciertos rituales: preparar el café, esperarlo; recoger en la puerta los dos periódicos de costumbre y revisar sólo los encabezados, no leer ninguna nota completa, posponer su lectura para más tarde, luego de aprovechar la mejor energía de la mañana, de la vista y de la mente descansada, para continuar escribiendo lo que quedó a medias la noche anterior si es que el proyecto era de pura invención literaria.
Si se trata de un ensayo o de un artículo, lo que uno empieza por hacer es ordenar la información: recortes de periódicos, párrafos o líneas subrayadas en un libro, y empezar a hacer las conexiones pertinentes pues en eso consiste en gran parte la exposición de una idea: en conectar unas frases con otras y en un cierto orden. Muchas veces el juego de palabras, por puro azar, lleva a percepciones que no se habían tenido antes.

Sin embargo, en el proyecto de “pura invención literaria” me valgo también de la información, pero con un criterio distinto al del periodista. Ejemplo: estoy en una novela sobre el actor porque en el fondo lo que me interesa es un antiquísimo problema: ¿quién soy y cómo soy para los demás o cómo me ven los otros? Y para esta incertidumbre pirandelliana el ser humano ideal es el actor, antes y después de desdoblarse. Lo que he hecho durante muchos años es leer y subrayar entrevistas con actores (Marlon Brando, Al Pacino, Loreine Bracco, Emilio Echevarría, Isabelle Hupert, Fernando Balzaretti, Ana Ofelia Murguía, John Gilgoud, Vittorio Gassman, Ricardo Darín y muchos otros) y rescatar sólo aquellas sentencias que tienen que ver con el desdoblamiento, con el juego de ser otro, y así darle sentido al titulo de la novela: La criatura y el personaje. Creo que el actor es el único de los otros artistas que más se parece al escritor. Siempre están hablando los dos de personajes. Quiere decir entonces que en el discurso narrativo se van entretejiendo en una sola voz los pensamientos de diversos actores y actrices reales, como si fuera el monólogo de un solo personaje que sabe de lo que está hablando.

Siempre estoy en varios proyectos al mismo tiempo de la misma manera en que leo varios libros a la vez. Es mi modo de ser mental y no sirve de nada sufrir por eso. Pero precisamente hago de la dispersión y la impotencia literaria el tema de otra novela: la historia de un novelista que de pronto, luego de no pocos éxitos, deja de escribir.

Escribe, escribe que no escribe, no para de escribir, pero todo lo que escribe se acumula como una dolorosa gratuidad, una enorme y trágica insignificancia.
La idea es que un arquitecto sabe construir un puente siempre, un cirujano sabe operar siempre, pero un escritor puede dejar de serlo; la suya no es una profesión vitalicia y, a lo mejor, lo mejor que dio de sí mismo fue en la juventud. El título del proyecto podría ser Zurcido invisible porque lo que pasa con el personaje es que siempre le había gustado la sastrería y lo que está detrás de una novela son unos pespuntes que no deben verse. ¿Se puede cambiar de oficio hacia la mitad de la vida?

Tejer a mano era como escribir a mano. “Este es un libro escrito a mano”, le había dicho una amiga a este personaje atormentado por la esterilidad cuando revisaba unas pruebas de imprenta. Esto lo entendía él demasiado bien, pero no tanto como para persistir en un trabajo al que le había ya dedicado más de treinta años de su vida y que lo sumía en la nada, en una amarga y absurda impotencia.

Aparte de las similitudes entre la escritura y la sastrería (como decía antes: en la novela no hay que dejar que se vean las costuras del revés), el escritor manqué, paralizado, encuentra una gran paz al dejar la literatura y volverse sastre. Sólo al abandonarse a la aguja y al hilo alcanza a estar solo y ser él mismo y a gozar del silencio. La ocupación manual, como Gandhi con la rueca, le permite llegar a una concentración más continuada y profunda. Ya lo decía un escritor del sureste: “La concentración es lo más parecido a la felicidad. Es como el reportero olvidado de sí mismo en una cobertura. Es como un estado de gracia y al mismo tiempo un espectáculo de armonía y plenitud”.

Federico Campbell. Escritor y periodista. Su más reciente libro es Padre y memoria.

Definición y ejercicio de palabras


Nexos - El Metrobús



19:00
El Metrobús
1 AGOSTO, 2017

Claudia Altamirano


Siete de la noche, un martes de mayo. Abordar un camión en la línea 1 del Metrobús —que recorre la avenida de los Insurgentes— pone a prueba toda resistencia. A pesar de la hora, el sol sigue reluciendo, nos recuerda a todos que aún es primavera. En la ciudad, ningún espacio del transporte público queda a salvo del tsunami humano. Mucho menos —aunque muchos varones imaginan que aquí la vida es bella, perfumada y relajada—, los exclusivos para mujeres y grupos vulnerables: las personas con discapacidad, los adultos mayores y los niños.


Destinados a evitar tocamientos abusivos disfrazados de involuntarios, estos vagones conducen sin embargo a las usuarias hacia otro pozo. Y en él, los cuerpos no suelen reaccionar bien a la proximidad.


En la céntrica estación Nuevo León pasa un autobús con dirección a la norteña terminal Indios Verdes. No cabe ni una sombrilla. Pero en términos de movilidad, para los capitalinos no hay imposibles. Una mujer apoyada en su propio pie empuja con espalda a las que ya vienen dentro e intentan sostenerse de lo que tengan a mano, ya que a esa altura del camión no hay tubos y los laterales son bloqueados por las puertas al abrirse. La mujer apretuja más a la masa que ya venía comprimida. Las puertas se cierran. Donde caben 160, caben 161.




Ilustración: Patricio Betteo

Pasa otro autobús rumbo a Tepalcates. Luego otro más que llega a Buenavista, uno de esos hormigueros humanos que llamamos Centros de Transferencia. Las que encabezan la fila de espera no lo abordan y tampoco se mueven, así que dos jóvenes que vienen atrás las empujan para poder entrar. A veces hay que dejar pasar hasta 10 camiones si una no quiere empujar a nadie, y adentro un sauna espera.

La mayoría de las pasajeras son mujeres adultas pero hay algunos niños y un hombre mayor, que lucha por alcanzar un tubo para no ser arrastrado en cada enfrenón. En Chilpancingo baja un par de usuarias y suben otras intentando acomodarse. “¿Bajas tu mochila para que me pueda meter?”, pide una de ellas a otra más joven. “Ay señora”, se queja la otra en respuesta e intenta mover la bolsa. “Es que no se puede, señora”, le dice una más.

Casi todos viajan sumergidos en su teléfono. Repudiado siempre por aislar a las personas, este dispositivo salvador hace más soportables los largos e incómodos trayectos. Flotan en el aire cientos de voces: algunas hablan con compañeros de trabajo, “la neta lo que me molesta es su actitud”; otras conversan con la amiga que viaja a su lado, “es muy tranquilo porque casi no hago nada, pero cuando me mandan a bancos o así es muy pesado porque no sé caminar muy bien con tacones”. En las bocinas del autobús se escucha otra voz de mujer: “próxima estación Álvaro Obregón”. Entre los remolinos de conversaciones destacan algunas risas suaves. El silencio es un pasajero que ya no cupo y se quedó en el andén.

Un hombre mayor mira a la chica que se interpone entre él y la salida. Ella le pregunta si va a bajar, él asiente y le sugiere pasarse al fondo. “Pues si quepo”, responde ella, incrédula. “Ustedes se acomodan donde sea… Yo la empujo”, concluye el señor mientras la joven atraviesa la masa desafiando las leyes de la física.


No todos los varones que van en el “vagón rosa” tienen una justificación para estar ahí. Aquí va uno que no es mayor, ni niño, ni discapacitado. Y aunque muchas lo miran con recelo, nadie dice nada. A diferencia de la tarde en que una usuaria de redes sociales, Verónica, atestiguó que a un hombre le decían: “¿Se baja o lo bajamos?”.

Algunos hombres se legitiman en el uso de este espacio porque vienen acompañados de sus parejas. En la estación Durango, un joven cubre con el cuerpo a su novia para evitar que la apretujen, aunque él mismo se adhiere a ella. “Te juro que esta vez no es a propósito”, le dice con mirada cómplice —que ella devuelve acompañada de una carcajada.

Quien intenta viajar un poco más cómoda pero no tiene a nadie que la “proteja” es la señora que, aferrada a los tubos de la zona para discapacitados, intenta mantener a salvo su mano vendada. “Me vienes apachurrando, me vienes acalorando, amiga”, le reclama a su vecina de atrás, que es más alta que ella y trae un bolso. En el vagón de mujeres los bolsos de mano ocupan su propio espacio y suelen ser motivo de discordia. “Ay, ¡me está lastimando con su bolsa!”, grita otra a dos metros de ahí. La mayoría lleva el cabello recogido por el calor, y a las que lo dejan suelto se les atora en los brazos, los antebrazos, las axilas y lo peor, la correa del bolso de las demás.

“Una cosa es que vengamos juntas y otra que me estés asfixiando”, insiste la mujer mayor.

No pocas veces el Metrobús se vuelve un ring en donde las mujeres liberan su estrés en la cabellera de las otras. No ocurre esta vez.

El autobús avanza, llevándose la tensión, el calor, la caldera del diablo del olor humano.



Claudia Altamirano

Periodista.

Cuento